jueves, 13 de septiembre de 2012

El Matrimonio en el orden de la Creación.

La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer según salieron de la mano del Creador; así pues, el matrimonio no es una institución puramente humana La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", es decir su otra mitad, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un "auxilio". "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, de manera que ya no son dos, sino una sola carne" (Gén.2,18-25). Eso significa una unión indefectible de sus dos vidas; el Señor mismo lo muestra recordando cual fue "en el principio" el plan del Creador. Todo hombre, tanto en su entorno, como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo la unión del hombre y la mujer, vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. "El amor no se preocupa de recibir, sino de dar" En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador a las penas que son consecuencia del pecado (los dolores del parto y el trabajo con el sudor de la frente) pues constituyen al mismo tiempo, remedios que limitan los daños del pecado, porque ayudan al matrimonio a vencer el egoísmo, la búsqueda del propio placer y obligan a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí. En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer milagro "a petición de su Madre" con ocasión de un banquete de bodas (Jn.2,1 -1 l). La Iglesia concede gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella, la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo. la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt. 19,6) El matrimonio cristiano no es así ya puramente una cosa buena sino una cosa santa; no es el desahogo de una pasión ni un medio de prolificar y aumentar a los seres humanos, ni una cuestión económica y administrativa, sino que es algo más augusto y elevado que todo eso o mejor dicho, es todo eso, pero santificado y elevado a sacramento, símbolo de la unión de Cristo con su Iglesia. En el sacramento del matrimonio, los contrayentes son al mismo tiempo ministros y sujetos; el sacerdote interviene tan solo como testigo oficial de la Iglesia. El juntarse la oferta y la aceptación de una parte y de la otra, es lo que constituye el vínculo sacramento; deben llevar al matrimonio los contrayentes la santidad que se requiere no solamente para recibir sino para administrar un sacramento, obrando así en nombre y con la autoridad de N.S. Jesucristo. La bendición que da el sacerdote a los desposados, es con el objeto de sancionar en nombre de la Iglesia esa unión y para atraer sobre ellos más copiosamente las bendiciones de Dios. El signo sensible del matrimonio, como de todo sacramento, comprende dos cosas: materia y forma. La materia remota del matrimonio, son los cuerpos de los contrayentes y la próxima, la donación que los esposos hacen de sí mismos. La formaconsiste en las palabras o señales con las que los contrayentes aceptan el derecho de dicha unión. Puede el matrimonio tener defectos que lo hagan ilícito o NULO. La Iglesia Católica tiene leyes contenidas en el código del Derecho Canónico, en el cual se analizan las causas que pueden ser consideradas como impedimentos para la celebración de un matrimonio, como pueden ser por ejemplo, que alguno de los contrayentes haya sido casado por la Iglesia con anterioridad; la edad, rapto, violencia, línea recta de consanguinidad, falta de libertad, etc. La Iglesia no puede anular un matrimonio válido; tan solo puede declarar, después de un juicio muy serio y cuidadoso, que aquella ceremonia fue nula. Es pues un error decir que la Iglesia "anuló" un matrimonio; si el sacramento fue válido, ni el Santo Padre puede separar a los contrayentes. El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: De manera que ya no son dos, sino una sola carne (Mt.19,5; Gén.2,24). El divorcio civil de ninguna manera anula el sacramento y los que se casan por lo civil nuevamente, cometen adulterio. Numerosos textos en el Nuevo Testamento confirman esta doctrina emanada de los labios mismos de Jesucristo y a la cual la Iglesia no puede ser infiel: Todo el que repudia a su mujer, la expone a cometer adulterio y el que se case con una repudiada, comete adulterio (Mt.5,32). Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio (M c. 1 0,6-12). Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio y el que se casa con una repudiada por su marido, comete adulterio (Lc.16,18). El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos, exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad". La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está a favor de la vida", enseña que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida. La continencia periódica, los métodos naturales de regulación de nacimientos fundados en la auto observación de los períodos infecundos, respetan el cuerpo de los esposos y son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Recomendamos el estudio cuidadoso del método de ovulación Billings publicado por las Ediciones Paulinas y que puede encontrarse en las librerías católicas y el Folleto EVC Ng 174-2 titulado: ¿cuántos niños?. El hijo no es un derecho, es el don más excelente del matrimonio, es una persona humana con un destino eterno. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido "derecho al hijo". - La poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice radicalmente la unión conyugal, niega directamente el designio de Dios tal como nos es revelado desde los orígenes. - La unión libre, cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica intimidad sexual. - El adulterio; esta palabra designa la infidelidad conyugal; en el 6º y 9º mandamientos y en el Nuevo Testamento se prohibe absolutamente el adulterio. El adulterio es una injusticia; el que lo comete falta a sus compromisos, lesiona el signo de la alianza que es el vínculo matrimonial. Confunde las conciencias por la contradicción que hay entre las leyes civiles que lo autorizan y la doctrina de la Iglesia que no lo autorizará jamás. El divorcio es una ofensa grave a la ley natural; pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos "hasta que la muerte los separe". El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado en conformidad con la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. La voz de la Iglesia, en asunto tan debatido en estos tiempos de mentes totalmente anticonceptivas, está claramente expresada en dos extraordinarias encíclicas de los Santos Padres: Es verdaderamente monstruoso el que en la sociedad moderna se den por un lado, las técnicas más agresivas para evitar el nacimiento de un ser humano y por otra se implanten embriones, seres humanos con alma, en úteros pertenecientes a mujeres sin ninguna visión moral y ética de lo que están haciendo, pues puede darse el caso de ser implantado un ser humano, en una persona anormal como puede ser el caso de una lesbiana o de una abuela de 65 años sin contar con los embriones, seres humanos completos, desechados en los laboratorios. Se llama matrimonio civil al que se celebra ante las autoridades civiles, ante un juez del registro civil. Este matrimonio, cuando es contraído por católicos bautizados, NO es válido ante la Iglesia, pero se considera una formalidad legal necesaria para garantizar a los contrayentes y a sus hijos, los efectos civiles de la sociedad conyugal. Un sacramento tan importante, que ha de durar toda la vida, "hasta que la muerte los separe" y compromete además la salvación eterna, debe tener una preparación esmerada que requiere desde luego de: noviazgos honestos, conductas ordenadas, rectitud de intención, oración, elección cuidadosa, consentimiento, instrucción, mucha instrucción sobre el amor para tener un claro conocimiento de lo que se va a hacer en un acto tan importante. Con esta pregunta se establece la unión para siempre del matrimonio que se está celebrando: recordemos que para un cristiano auténtico la palabra divorcio NO existe. "¿Están dispuestos a recibir con amor los hijos que Dios les dé y a educarlos según la Ley de Cristo y de su Iglesia?"

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