viernes, 28 de agosto de 2015

! amarse asi mismo.!

Amar a sí mismo

          Mat. 22:39, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para poder amar al prójimo primero se tiene que amar a sí mismo. Jesús no dice, “amarás a tu prójimo en lugar de amar a ti mismo”, sino “como a ti mismo”.

No ser “amadores de sí mismos”

          2 Tim. 3:2, “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios”.

          Pero aun cuando se exalten a sí mismos, en realidad los tales no pueden amarse a sí mismos. Tienen sentido de culpa. Se desprecian a sí mismos.

          Muchos no aprecian ni estiman lo que son, sino que detestan lo que son.

          Estos pisotean a otros para “probar” que ellos son importantes.

          Estos deben negarse a sí mismos. Mat. 16:24, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”.

          Deben humillarse. 1 Ped. 5:6, “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo”.

          Cuando obedecen al evangelio, entonces pueden amarse a sí mismos.

¿Por qué debe el hombre

 amarse a sí mismo?

          Porque es hecho a la semejanza de Dios, Gén. 1:26, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Esto se repite en 1 Cor. 11:7 y Sant. 3:9. Por esta razón debe haber amor propio, respeto propio.

          Recordemos esto  siempre no importa lo pecaminoso que sean los hombres – todos “están hechos a la semejanza de Dios”. Nada destruye esto.

          Rom. 5:8, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Cristo murió por los más perversos, los más corruptos – ¡murió por todos! Entonces, todos tienen valor.

          Todos deben amarse a sí mismos sabiendo que Dios los ama.

Los cristianos deben amarse a sí mismos

          Porque son hijos de Dios. 1 Jn. 3:1, “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios … 2  Amados, ahora somos hijos de Dios”.

          Porque somos pueblo especial. 1 Ped. 2:9, “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios … 10  vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios”. ¡Qué honor más grande!

          Cada cristiano debe sentir mucho orgullo al pensar en esta relación con Dios.

          Todo cristiano (hombre/mujer; joven/señorita; rico/pobre; educado/analfabeto; sano/enfermo; anciano/joven) debe amar a sí mismo, tener amor propio, respeto propio.

Uno debe amar (respetar) a sí mismo para que otros lo amen (respeten)

          Si uno no tiene amor propio (respeto propio), ¿cómo espera que otros lo respeten?

          Efes. 5:28, “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.  29  Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia”. Si el hombre no se ama a sí mismo, ¿amará a su esposa?

          Se dice que el problema matrimonial número uno es “falta de comunicación”, pero la falta de amor propio (respeto propio), mayormente en la esposa, es enemigo aun más grande del matrimonio.

          Si el marido anda mal, la esposa debe llamarlo a cuentas (en lugar de suplicar, rogar, llorar y dejarse llevar como un trapo para limpiar el suelo). Si ella hace así, él la amará aun menos. Si ella se desprecia a sí misma, él la despreciará aun más.

          Si la mujer no tiene amor propio (respeto propio) el matrimonio corre mucho peligro de destruirse.

          Muchas esposas son demasiado “pacientes”. Aun cuando el marido lleva mucha “amistad” con otra mujer, la esposa dice “no veo nada de malo en eso”. (Como el granjero que dice: “la zorra visita el gallinero para disfrutar la compañía de las gallinas”).

          El caso de tales esposas bien ilustra la necesidad del amor propio. Todo cristiano es persona importante, digna de respeto y honor. Debe estar seguro de sí mismo, teniendo su confianza en Cristo.

No tener más alto concepto de sí que el que debe tener

          Rom. 12:3, “que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura”.  Algunos se exaltaban solos porque poseían ciertos dones espirituales.

          Hoy en día podemos caer en este error, por causa de la habilidad que tengamos para predicar, enseñar, cantar, etc. o por el físico, tener dinero, educación universitaria.

          Hay peligro de que los tales menosprecien a los otros. 1 Cor. 12:21, “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.  22  Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios”.

Pero tampoco debe uno tener más bajo concepto de sí que el que debe tener

          Mat. 25:18, “Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor”. Este texto bien representa al que subestime su talento, pensando  “No sirvo para nada”. Subestima lo que en verdad vale o merece.

          1  Cor. 12:14, “Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.  15  Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?  16  Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo?  17  Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?  18  Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.  19  Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?” Todo miembro es importante y no debe ser menospreciado por otros miembros ni tampoco por sí mismo.

! Los malos pensamientos y nuestra lucha contra ella.!


 ¿Quién de nosotros no ha experimentado esa lucha sufrida e inacabable contra los «malos pensamientos»? ¿Quién de nosotros no ha sufrido la humillación y la vergüenza de verse dominado por sus pasiones y caer como los peores pecadores? ¿Quién no ha sentido como san Pablo ese «aguijón clavado» que molesta y hace perder la paz? (cf. 2 Cor 12, 7). ¿Quién no ha dicho como él: «Soy reo de mi cuerpo, estoy vendido al pecado, que ni siquiera hago el bien que quiero sino el mal que detesto» (Rm 7, 14-15). Los grandes santos y maestros de espiritualidad nos han dejado como herencia una sabiduría inspirada que nos ilumina a la hora de afrontar las tentaciones. Con mucha humildad debemos aprender de los hombres de Dios, que decidieron librar estos combates contra este enemigo invisible e invencible, y adquirir la santa paciencia.

¿Y cuántas veces nos hemos hecho santos propósitos de pureza y castidad sin obtener los resultados que esperábamos? ¿Contra quién luchamos?
En general, todo pensamiento que nos aparta de Dios es un «mal pensamiento». Sin embargo, popularmente cuando alguien habla de tener «malos pensamientos» se entienden esas tendencias pecaminosas en la línea del sexto y noveno mandamiento: no fornicarás (tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluyendo el adulterio) y no desearás la mujer de tu prójimo. Al decir que tenemos «malos pensamientos» en realidad queremos confesar esa serie de imaginaciones y fantasías locas que vienen a nuestra mente, que nos apenan y avergüenzan. Lo cierto es que todos los hombres nos enfrentamos a nuestra propia concupiscencia que se manifiesta como una inercia constante hacia el pecado. Por eso, a donde quiera que vamos llevamos esta guerra contra nuestro propio cuerpo que es, en cierto sentido, «nuestro enemigo». Es común que los hombres de Dios realicen constantes penitencias con el fin de tener a su cuerpo dominado. En cierta ocasión se le preguntó a un santo ermitaño por qué se aplicaba tan grandes y pesadas penitencias y el contestó: «Mi cuerpo me mata a mí, yo lo mato a él». Hemos jurado a Dios y a nosotros mismos librar tenazmente la batalla y luchar por la santidad y sin embargo, no nos ha quedado más que esa sensación de estar sumergidos en un pantano en el que por tratar de salir nos hundimos más. Los primeros cristianos consideraron esta lucha, como un «cuerpo a cuerpo» con los demonios que representaban las riquezas, la glotonería y los placeres. Por ello, siguiendo el ejemplo del primer santo eremita san Antonio Abad se iban al desierto para que, como Jesús, pudieran vencer las tentaciones por la oración y el ayuno. Dios dotó al hombre de una gran capacidad para sentir y comunicar afectos e impulsos, por medio de los cuales se relaciona con los demás y enriquece su propia vida. Los sentimientos y pasiones debe considerarse siempre positivos como una riqueza personal. La misma atracción sexual, por poner el ejemplo, como impulso, en un primer instante es positiva, nos acerca a personas del sexo opuesto a las que vemos como un complemento. Es claro que para que haya pecado es necesario que haya una voluntad de pecar. Una cosa es tener tentaciones y otra caer en ellas. Así, por ejemplo, cuando yo supero un mal pensamiento que cruza por mi mente no he pecado, todo lo contrario, realicé una acción meritoria que fortalece mi voluntad. Podrá no gustarnos la palabra «mortificación» o quizás parecernos anticuada, pero lo que significa es cosa importante y siempre actual: «combatir y dar muerte» a los apetitos carnales. Esa es la verdadera rebeldía cristiana, aquella que se rebela a esos instintos que acosan a hombres y mujeres. En cambio, cuando empiezo a consentir y recrearme con ese mal pensamiento, debilito mi voluntad, exponiéndome a caer en acciones graves. San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo 1,7 nos dice: «Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino el de poder y amor y de dominio propio». Tan pronto como advertimos la cercanía de un peligro volvamos a Dios. Es el momento de lanzar una jaculatoria y de rezar fervorosamente para que Dios en su misericordia nos dé la fuerza y la gracia para poder triunfar. La oración es siempre la mejor arma.En la antigüedad nos revela que el premio del combate finalmente es la humildad y la santa paciencia, virtudes fundamentales para perseverar. Sin ellas, el cristiano se desanima y desespera pensando que la pureza y la castidad son ideales inalcanzables. La humildad, la primera de las virtudes es el camino de la victoria. En las luchas encarnizadas «cuerpo a cuerpo» contra los malos pensamien-tos, reconoce siempre tu debilidad y limitación, ello te abrirá a la Gracia.


¿Y cuántas veces nos hemos hecho santos propósitos de pureza y castidad sin obtener los resultados que esperábamos? ¿Contra quién luchamos?
En general, todo pensamiento que nos aparta de Dios es un «mal pensamiento». Sin embargo, popularmente cuando alguien habla de tener «malos pensamientos» se entienden esas tendencias pecaminosas en la línea del sexto y noveno mandamiento: no fornicarás (tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluyendo el adulterio) y no desearás la mujer de tu prójimo. Al decir que tenemos «malos pensamientos» en realidad queremos confesar esa serie de imaginaciones y fantasías locas que vienen a nuestra mente, que nos apenan y avergüenzan. Lo cierto es que todos los hombres nos enfrentamos a nuestra propia concupiscencia que se manifiesta como una inercia constante hacia el pecado. Por eso, a donde quiera que vamos llevamos esta guerra contra nuestro propio cuerpo que es, en cierto sentido, «nuestro enemigo». Es común que los hombres de Dios realicen constantes penitencias con el fin de tener a su cuerpo dominado. En cierta ocasión se le preguntó a un santo ermitaño por qué se aplicaba tan grandes y pesadas penitencias y el contestó: «Mi cuerpo me mata a mí, yo lo mato a él». Hemos jurado a Dios y a nosotros mismos librar tenazmente la batalla y luchar por la santidad y sin embargo, no nos ha quedado más que esa sensación de estar sumergidos en un pantano en el que por tratar de salir nos hundimos más. Los primeros cristianos consideraron esta lucha, como un «cuerpo a cuerpo» con los demonios que representaban las riquezas, la glotonería y los placeres. Por ello, siguiendo el ejemplo del primer santo eremita san Antonio Abad se iban al desierto para que, como Jesús, pudieran vencer las tentaciones por la oración y el ayuno. Dios dotó al hombre de una gran capacidad para sentir y comunicar afectos e impulsos, por medio de los cuales se relaciona con los demás y enriquece su propia vida. Los sentimientos y pasiones debe considerarse siempre positivos como una riqueza personal. La misma atracción sexual, por poner el ejemplo, como impulso, en un primer instante es positiva, nos acerca a personas del sexo opuesto a las que vemos como un complemento. Es claro que para que haya pecado es necesario que haya una voluntad de pecar. Una cosa es tener tentaciones y otra caer en ellas. Así, por ejemplo, cuando yo supero un mal pensamiento que cruza por mi mente no he pecado, todo lo contrario, realicé una acción meritoria que fortalece mi voluntad. Podrá no gustarnos la palabra «mortificación» o quizás parecernos anticuada, pero lo que significa es cosa importante y siempre actual: «combatir y dar muerte» a los apetitos carnales. Esa es la verdadera rebeldía cristiana, aquella que se rebela a esos instintos que acosan a hombres y mujeres. En cambio, cuando empiezo a consentir y recrearme con ese mal pensamiento, debilito mi voluntad, exponiéndome a caer en acciones graves. San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo 1,7 nos dice: «Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino el de poder y amor y de dominio propio». Tan pronto como advertimos la cercanía de un peligro volvamos a Dios. Es el momento de lanzar una jaculatoria y de rezar fervorosamente para que Dios en su misericordia nos dé la fuerza y la gracia para poder triunfar. La oración es siempre la mejor arma.En la antigüedad nos revela que el premio del combate finalmente es la humildad y la santa paciencia, virtudes fundamentales para perseverar. Sin ellas, el cristiano se desanima y desespera pensando que la pureza y la castidad son ideales inalcanzables. La humildad, la primera de las virtudes es el camino de la victoria. En las luchas encarnizadas «cuerpo a cuerpo» contra los malos pensamien-tos, reconoce siempre tu debilidad y limitación, ello te abrirá a la Gracia.

jueves, 20 de agosto de 2015

PERSEVERAR Y ORAR:



PERSEVERAR Y ORAR: Hoy tocaremos un tema que es de suma importancia en el verdadero cristiano y esta es la oración. Pero… ¿imaginemos la biblia sin la oración? ¿Qué podríamos decir? Sería como una radio fuera de sintonía, o un cristiano sin la oración seria como un caminante sin rumbo alguno. ¿Por qué? Simple.
La oración, o la buena oración vienen a dar sentido de dirección, nos coloca en el rumbo adecuado y en el camino correcto, el verdadero cristiano nunca debería empezar algo sin antes buscar dirección de Dios en la oración. ES NECESARIO ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
Como los discípulos,se deberá sufrir mucho, para esto les es necesaria la oración, estando alerta para esta venida. En el lugar paralelo del “Apocalipsis sinóptico” se vaticina todo esto, y se les recomienda para ello estar atentos, “vigilantes” y “orar”, “Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.” (Lucas 21,36). Esta constante vigilancia por la oración es lo que inculca esta parábola, La enseñanza de Jesús —expresada por medio de una parábola— es una invitación a perseverar en la oración sin detenerse, con constancia –“siempre sin desanimarse”. cuyo tema se enuncia abiertamente al comienzo de ella: “es necesario orar siempre sin desanimarse” No se trata de una oración rigurosamente continua, pero sí muy asidua.
Es decir Dios tiene muchas vías para comunicarse con nosotros, pero nosotros a través de la oración. Pero bien ¿Cómo debe ser nuestra oración? Hoy Ud. deberá experimentar orar con fervor y como no tiene acostumbrado hacerlo. La oración es el canal para pedir y recibir del cielo.
¿Lo entendió? Iglesia orando se pide y se recibe, pero ahora… ¿de qué manera oramos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Cree Ud. que la oración más larga es la más efectiva? ¿Realmente nuestra oración viene cargada con fe? ¿Esta viene cargada con fuerzas? La parábola nos recuerda algunas expresiones paulinas como “orad siempre” o “no perdáis ánimos”. Pero lo fundamental de la parábola, es la enseña de la necesidad de una oración perseverante.
Romanos 1:9: porque testigo me es de Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones.
Romanos 12:12: gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación; constantes en la oración.
Efesios 6:18: orando en todo tiempo con toda oración y suplicas en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y suplica por todos los santos. La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. La oración nos mantiene en comunión con Dios
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”:
La comunión con Dios va de la mano con nuestra debilidad:
1) Es por esa debilidad que sabemos necesitamos a Dios.
2) Es por esa debilidad que somos impelidos a buscar a Dios.
3) Es por esa debilidad que nos agarramos de la gracia de Dios.

! Bartolomé el Apóstol.!

Bartolomé el Apóstol Bartolomé, también llamado Nathanael, fue uno de los Apóstoles de Jesús. Su nombre (en griego Βαρθολομαίος) procede del patronímico arameo bar-Tôlmay, "hijo de Tôlmay" o "hijo de Ptolomeo". Es mencionado en los tres evangelios sinópticos, siempre en compañía de Felipe (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6:14). En el Evangelio de Juan, donde no aparece con el nombre de Bartolomé, se le ha identificado con Nathanael, que también es relacionado siempre con Felipe. Louis Réau considera que su nombre procede de la unión de bar (hijo) y Ptolomeo, siendo por tanto, descendiente de la Dinastía Ptolemaica, aunque esto no tiene ninguna base en el Nuevo Testamento; en todo caso, hay que tener en cuenta que no era extraño para los galileos del siglo I tomar nombres griegos, o bien asimilarlos a ellos. Santiago de la Vorágine añade acerca de su figura que “se mantuvo ajeno al amor de las cosas en este mundo, vivió pendiente de los amores celestiales y toda su vida permaneció apoyado en la gracia y auxilio divino, no sosteniéndose en sus propios méritos sino sobre la ayuda de Dios”.Según el Evangelio de Juan, Natanael fue uno de los discípulos a los que Jesús se apareció en el Mar de Tiberiades después de su resurrección (Juan 21:2). A él lo había llamado Jesús por mediación de Felipe (Juan 1:45). Juan es el único evangelista que menciona a Natanael, y como en las listas de los evangelios sinópticos el nombre de Felipe es seguido por el de Bartolomé, la tradición asimiló a Bartolomé y a Natanael como uno solo.

Según los Hechos de los Apóstoles, Bartolomé fue uno de los Doce, según (Mateo 10:3), (Marcos 3:18), (Lucas 6:14). Fue también testigo de la ascensión de Jesús (Hechos 1:13).

Según una tradición recogida por Eusebio de Cesarea, Bartolomé marchó a predicar el evangelio a la India, donde dejó una copia del Evangelio de Mateo en arameo. La tradición armenia le atribuye también la predicación del cristianismo en el país caucásico, junto a San Judas Tadeo. Ambos son considerados santos patrones de la Iglesia Apostólica Armenia puesto que fueron los primeros en fundar el cristianismo en Armenia. La imagen de San Bartolomé a lo largo de la Historia del Arte ha sufrido escasas modificaciones siendo común la representación del santo en el momento del martirio, siendo desollado, bien sobre un potro o atado a un árbol. También se le ha representado obrando milagros: resucitando a los hijos del rey Polimio y liberando a la hija de éste poseída por el demonio, en escasas ocasiones aparece siendo flagelado.

En el arte suele representársele con un gran cuchillo, aludiendo a su martirio, según el cual fue desollado vivo, razón por la que es el patrón de los curtidores. En relación también con su martirio aparece en ocasiones despellejado, mostrando su piel cogida en el brazo como si se tratara de una prenda de vestir.1 En la época Barroca es común verlo representado como apóstol, con largo manto blanco, haciendo las escrituras sagradas y mostrando el cuchillo.

También se le representa sujetando con una cadena a una diablesa. El origen de este símbolo puede ser doble: 1º en los evangelios apócrifos, San Bartolomé requiere a Cristo resucitado que le muestre al maligno "Belial", después de habérselo mostrado, Jesús le indica "Písale la cerviz y pregúntale"; 2º según la tradición, expulsó a un demonio, denominado "Astaroth", de un templo donde éste vivía dentro de una estatua. San Bartolomé demostró la ineficacia de la estatua, que decía curar las enfermedades, expulsó al demonio y consagró el templo a Jesús.

Respecto a su fisonomía, el santo es representado según la descripción que Berith hace a los enfermos y que así es narrada en La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine: “Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana... Su semblante presenta constantemente aspecto alegre y risueño”. Natanael fue uno de los 12 discípulos de Jesús quien lo acompañó por medio de Felipe cuando fue llamado cerca a Galilea. Su martirio y muerte se atribuyen a Astiages, rey de Armenia y hermano del rey Polimio que San Bartolomé había convertido al cristianismo. Como los sacerdotes de los templos paganos, que se estaban quedando sin seguidores, protestaron ante Astiages de la labor evangelizadora de Bartolomé, Astiages mandó llamarlo y le ordenó que adorara a sus ídolos, tal como él había hecho con su hermano. Ante la negativa de Bartolomé, el rey ordenó que fuera desollado vivo en su presencia hasta que renunciase a su Dios o muriese.

En la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, la piel que se representa es un autorretrato del mismo autor, detalle que no se descubrió hasta bien entrado el siglo XIX. Su martirio y muerte se atribuyen a Astiages, rey de Armenia y hermano del rey Polimio que San Bartolomé había convertido al cristianismo. Como los sacerdotes de los templos paganos, que se estaban quedando sin seguidores, protestaron ante Astiages de la labor evangelizadora de Bartolomé, Astiages mandó llamarlo y le ordenó que adorara a sus ídolos, tal como él había hecho con su hermano. Ante la negativa de Bartolomé, el rey ordenó que fuera desollado vivo en su presencia hasta que renunciase a su Dios o muriese.

En la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, la piel que se representa es un autorretrato del mismo autor, detalle que no se descubrió hasta bien entrado el siglo XIX.