jueves, 10 de octubre de 2013

Dichoso el que cumple la ley de Dios.

 Desde el principio, la condición humana siempre ha sido igual.Siempre ha existido la lucha del bien y del mal, de uno contra otro; pero siempre, han habido ejemplos, como el de Jesús, hombre histórico e Hijo de Dios, que entregó su vida para salvarnos del pecado. Siempre han habido mártires, santos; pero, también malvados o satánicos.
Siempre el hombre ha vivido en sociedad. Ha visto del bueno, acciones perversas; y del malvado, ha constatado, rasgos de bondad.
Siempre habrá que rechazar la suerte del malvado.
Qué nos recomienda el apóstol San Juan ?
Que cumplamos con los mandamientos de Dios.
Que cumplamos con el principal: amar a Dios y al prójimo. Que amémos y nos amémos, unos a otros.
Dichoso el que cumple con la doctrina de Cristo ( 2 Jn 4- 9 ).
Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas.
Dichoso el que busca a Dios de todo corazón. El hombre sabe que en toda sociedad hay problemas, injusticias, miserias; siempre ha sido así. Pero siempre han habido persona luchando por la felicidad de los demás. Hay que tener fe, para saberlas distinguir. Jesús anuncia el Evangelio del Reino y se dirige a los pobres, los abandonados por todos, pero queridos por Dios. La pobreza, el sufrimiento, la injusticia y el dolor amenazan la existencia humana, sin que el hombre pueda defenderse o escapar. Pero Dios ayuda a los pobres abandonados y a los que no tienen nada en este mundo él prepara el Reino de los Cielos. Allá ya no existirán armas, pobreza sino vida y vida sin fin por quién participa a la eterna felicidad de Dios. (Mateo 5,1 - 12). 
Son los que sufren por hacer felices a los demás. Que saben que en eso consiste la felicidad verdadera que sólo viene de Dios. El hombre tiene que vivir en sociedad. Siempre ha sido así. No puede aislarse y por eso debe asistir a la Santa Misa, donde está en comunidad. Y por eso debe participar. Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor
Lectura del libro de Jeremías 17, 5-8, 
Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza.
Jesús hoy nos enseña lo contrario a lo que enseña el mundo. Dos mentalidades. Dos reinos. Batalla espiritual entre el Reino de Dios y el mundo. 
Enseña que en realidad los pobres según el mundo son ricos: Poseen el reino de Dios.
Los ricos son pobres: !Hay de vosotros! Encuentran ya su consuelo y resulta que ese consuelo que buscan en el mundo es un engaño.
El egoísmo causa un gran vacio porque aparta de la verdadera riqueza que es poseer el Reino de Dios.
Jesús invierte los conceptos de pobreza y riqueza. En verdad ser rico o pobre depende de la posesión o privación del Reino de Dios.
San Francisco habla de la "Señora Pobreza" (una pobreza rica)
Las Beatitudes son bendiciones, y las bendiciones son promesas de Dios. Dios bendice a los pobres: a los hombres que nunca reciben buenas noticias, porque están siempre oprimidos por la estrechez, Dios les dice palabras de amor. El suyo no es solamente un deseo, porque su palabra es Omnipotente. Por eso Dios hace el bien que dice. Con la misma omnipotencia con la cual ha creado el mundo ahora prepara un mundo de amor para los pobres. Las beatitudes son, entonces, promesas que Dios hace a los pobres, a los apenados, a los perseguidos a todos los que sufren. Jesús dice que no son las cosas exteriores y materiales que hacen impuros. Este es lo que pensaban los fariseos que tenían una concepción materialista de la pureza. Ellos indentificaban el puro con el limpio y por eso se lavaban y hacian muchas abluciones rituales; Además ellos consideraban impuros incluso unos alimentos y evitaban comerlos y los prohibían a los otros. Hoy siguen haciendo así con los judios y los musulmanes con la carne de cerdo y otros animales. Jesús por el contrario declara que la pureza es algo interior y espiritual. Lo que corrompe y hace impuros, no son las cosas materiales sino el pecado; no es lo que se acerca a los hombres desde el exterior sino lo que viene desde el interior que determina las conductas personales de cada uno: ! nada de lo que entra en una persona puede contaminarla.!, porque entra en el estómago y no en el alma. Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona (Marcos 7,18.20-22).El amor del prójimo quiere que las relaciones entre personas sean verdaderas, no mentirosas; autenticos, no interesados. Por eso, la mentira representa la primera enemiga de la pureza y el egoísmo es la segunda. La limpieza del corazón se refiere a todas las relaciones entre personas en las cuales está implicada la dimensión afectiva. Podemos hablar de amor por los padres, los hermanos, los amigos. Pero una elación particular, afectiva, intima, intensa es el amor conyugal, donde hombres y mujeres se aman con sus almas y sus cuerpos totalmente y siempre. El amor conyugal es algo interior del corazón que se manifiesta con el cuerpo. La intimidad de la persona, donde cada uno acoge el otro de una manera exclusiva, se realiza en la intimidad del cuerpo, donde la unión sexual exprime y realiza el dono reciproco y total entre el hombre y la mujer. La limpieza, entonces, es algo que pertenece al corazón y a la interioridad de la persona pero concierne también el cuerpo y la sexualidad. Incluso en la sexualidad hay verdad y autenticidad o egoísmo y mentira: cuando hay verdad hay limpieza en el amor, cuando hay egoísmo hay impureza. Si, pero, hay una sexualidad que busca el placer sin amor, de consecuencia está comprometida por el egoísmo y por esto va a ser impuro. Quién busca a su interés y engaña a los otros para lograr sus objetivos, no tiene buenas intenciones y buenas acciones. El amor entre dos personas tiene que ser verdadero y real y entonces será puro. El amor ama y quiere el amor para el otro y quiere hacer el bién del otro, por eso dona al otro y recibe de lo que el otro recibio.

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