lunes, 29 de abril de 2013

EL JUICIO PARTICULAR Y FINAL .

Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular, donde cada alma recibe el premio o castigo que sus obras merecen. Y se dirige al cielo o al infierno. O tal vez al purgatorio por un tiempo. Al morir, nuestra alma se separará de nuestro cuerpo. Se presentará ante Dios para recibir, de acuerdo con lo que nosotros mismos hayamos elegido en la vida terrena, la recompensa o el castigo eterno. Al morir, tendremos un Juicio Particular. En este juicio nos encontraremos ante Jesucristo y ante nuestra vida: todos nuestros actos, palabras, pensamientos y omisiones quedarán al descubierto. Dios nuestro Señor nos juzgará sobre: Las cosas buenas que hemos hecho, incluidos los buenos deseos. Las cosas buenas que hemos dejado de hacer (omisiones). Las cosas malas que hayamos hecho, incluidos los malos pensamientos. Las consecuencias de nuestros actos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de la “retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe” (n. 1021). El destino del alma será diferente para cada uno de nosotros, de acuerdo a cómo hayamos utilizado nuestro tiempo de vida en la Tierra. Hay muchas personas que dicen: “Yo me voy a salvar, pues nunca he hecho el mal a nadie”. Hay que tener cuidado, pues ese día no se nos juzgará sólo por el mal que no hayamos hecho, sino también por el bien que hayamos dejado de hacer. El Juicio Particular, como su nombre lo dice, será para cada uno de nosotros en lo personal. En éste, Dios nos preguntará: “¿Cuánto amaste?” Y cada uno de nosotros tendrá que responder a esta pregunta. Dios espera que cada uno de nuestros actos sea hecho por amor . En su juicio, el Señor con su sabiduría infinita medirá nuestras acciones según se adaptaron a la voluntad divina, teniendo en cuenta los dones que cada uno ha recibido. 4. ¿Cómo será el juicio particular? Sobre esto se sabe muy poco. Puede ser algo así: tras la muerte, el alma aún no ve a Dios, pero se encuentra con la majestad divina, su amor, justicia y misericordia. Entonces hay tres reacciones posibles: El Juicio Final lo tendremos al final de los tiempos, cuando Jesús vuelva a venir glorioso a la Tierra. En él, todos los hombres seremos juzgados de acuerdo a nuestra fe y a nuestras obras. La resurrección de todos los muertos, “de los justos y de los pecadores”, precederá al Juicio Final. Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación (Juan 5, 28-29). En la Biblia podemos leer cómo será este juicio en Mateo 25, 31.32.46: Lo que sucederá ese día, de acuerdo con la narración de Jesucristo, será como un examen de aquello que nos caracteriza como personas humanas: nuestra capacidad de amar. Este amor será el que nos juzgará: "Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…" "Id malditos al fuego eterno… porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber…" El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “El Juicio Final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena” (n. 1039). Si alguien muere sin haberse arrepentido de sus pecados graves, es incapaz de aceptar el amor divino y queda condenado al infierno para siempre. Cuando uno muere en gracia, pero sin haber hecho la penitencia que sus pecados reclamaban, siente la llamada del amor divino y la acepta para siempre, pero ve la necesidad de purificarse antes de poder ver a Dios, y se dirige temporalmente al purgatorio. Esto sucede con la mayoría de la gente. Frente a Cristo se conocerá la verdad de la relación de cada hombre con Dios. El Juicio Final revelará que la justicia de Dios triunfa sobre todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte. El mismo Jesucristo nos aclaró que ni siquiera Él conoce el día ni la hora en que se llevará a cabo este acontecimiento, sino sólo Dios Padre. Así que no debemos dejarnos engañar por personas que pretenden conocer la fecha del fin del mundo. No debemos preocuparnos por intentar conocer esa fecha, sino sólo por estar siempre bien preparados, pues no sabemos en qué momento sucederá. Al llegar el fin del mundo, los cuerpos resucitarán (resurrección) unidos a sus almas para recibir conjuntamente el mismo premio o castigo que ya el alma había asumido. La sentencia es la misma, pero conviene un juicio final para que las sentencias sean públicas, se aprecie la justicia divina, y aumente la gloria de Dios. En el juicio final saldrán a la luz pública las obras buenas y malas de cada persona con sus consecuencias. Incluidas las omisiones u obras buenas que se dejaron de hacer. El Papa Juan Pablo II insistía en tocar estos temas escatológicos, que él denominaba de las "realidades últimas". Nos decía así en una de sus Catequesis sobre escatología (11-8-99): "La vida cristiana ... exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades últimas y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades 'penúltimas' ... para que la vida cristiana sea como una gran peregrinación hacia la casa del Padre". Los buenos recibirán el honor público por sus buenas acciones, aunque en la tierra pasaran ocultas. Sus pecados ya confesados y purificados no tendrán importancia salvo para aplaudir su contrición y la misericordia divinas. Por ejemplo, san Pedro será muy celebrado por ser la piedra sobre la que se edificó la Iglesia; sus negaciones no tienen ni tendrán ninguna relevancia: su arrepetimiento es lo que cuenta. Los condenados sufrirán la confusión y deshonra pública que merece su obstinación.

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