domingo, 10 de marzo de 2013

! TENEMOS ACASO UN DIOS CASTIGADOR.!

Y Él les dijo: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Porque hay dos formas de reaccionar. Por un lado está, sin duda, tu reacción, que traduce una perplejidad o, incluso, un escándalo doloroso. Y por otro lado, la del «deshacedor de en tuertos», que muestra su alegría, constatando que -¡por fin!- Dios defiende su causa, sanciona enérgicamente el mal. Además, la amenaza comienza ya a dar sus frutos: aunque la permisividad moral continúe, ya no se muestra tan triunfante. A lo que algunos, más pesimistas, añaden: «es cierto, pero llega demasiado tarde. La idea de un Dios castigador, que a ti y a mí nos aterroriza, puede basarse en argumentos bíblicos nada despreciables. Es verdad que, desde el primer pecado (Génesis 3,14-19) hasta los de hoy (Romanos 1,18-32), el Señor castiga la rebeldía con penas diversas, de las que la peor es la muerte. Además, en la Biblia, Dios no se contenta con dejar que el pecado dé su propio fruto automáticamente (es lo que se llama la «justicia inmanente»), sino que infringe el castigo en persona. Pero esta táctica divina del golpe por golpe puede que funcione a nivel colectivo, pero no a nivel individual. En este segundo nivel, lejos de sancionar inmediatamente al malo, a menudo Dios le deja prosperar y pavonearse en un lujo insolente. Ya tiene papada y, mientras sigue engordando (Salmo 73,6-7), se burla de un cielo que parece sordo, ciego y manco (versículos 10-11). En cambio, el justo soporta toda clase de calamidades... ¡Realmente la justicia divina escandaliza y confunde! Es el mundo al revés. Algo de eso vivió el pobre Job ahogado por las desgracias, mientras sus amigos intentaban hacerle confesar un pecado secreto que justificase sus males. ¡Y Yahvé se contentaba con mandarle guardar silencio! En la misma época, los profetas se ponen a proclamar que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que viva (Ezequiel 18,23). Sin aflojar su exigencia, Yahvé se muestra dispuesto al perdón y multiplica sus llamadas al arrepentimiento. El Evangelio confirma esta oferta de misericordia. Puesto en presencia del ciego de nacimiento, Jesús rechaza categóricamente la idea de un castigo personal o familiar (Juan 9,1-3). Asimismo, al hablar de la torre de Siloé, que había sepultado bajo sus escombros a dieciocho personas, evita poner en relación directa la catástrofe con un eventual pecado cometido por las victimas (Lucas 13, 4-5). Además, el Padre celestial no mira la buena o mala conciencia de los campesinos para sobre sus tierras el sol y la lluvia. En efecto, calienta y riega indistintamente a justos y pecadores sin que las nubes salten las tierras de los malos para castigarles por sus pecados también nosotros hemos de hacer lo mismo y saludar a nuestros enemigos como si fuesen amigos. A la inversa, el Señor no cura a todos los enfermos, y cuando cura a algunos, no se trata de una recompensa, sino de un signo, y los que no son librados de su enfermedad no pueden tomárselo como un castigo. En todas las épocas, más menos turbulentas, algunos creyentes predijeron catástrofes o atribuyeron una catástrofe presente al pecado social del momento. ¡Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos predicadores presentaron la derrota de Francia como un castigo por su laicismo! No interpretes a tu gusto los acontecimientos de este mundo, atribuyéndolos a los designios del cielo. En ese caso estarás proyectando sobre Dios tus terrores y tus violencias. Se comprende también que algunos vean un juicio de Dios en una plaga de una amplitud galopante. Pero sería totalmente erróneo buscar en el Sida el horóscopo divino. Lo que Dios quiere de ti es que te armes con el coraje de la pureza y de la caridad. Desde los comienzos de la historia del hombre ha existido siempre una relación de amor-odio con su “creador”, llamémosle, Dios. Podemos ver en varios pasajes del Antiguo Testamento las numerosas pruebas a las que somete Dios al pueblo judío. Luego, los castigos a los infieles egipcios. Es decir, la relación del hombre con Dios era de amor y temor a la vez. A los hombres les preocupaba la ira de Dios. Ahora bien, podemos apreciar que todo ese panorama cambia en el Nuevo Testamento, y tal cambio radical se lo debemos atribuir nada más y nada menos que a Jesús de Nazaret. Este hijo del carpintero José se proclamaba “el mesías”, el “enviado” de Dios a la tierra. Su misión, redimir los pecados de los hombres entregando su vida. Luego de Jesús es absurdo pensar en un Dios lleno de ira contra su pueblo. Todo lo contrario, se describe en las escrituras el Padre como el amor en sí. El amor en sí no puede sentir ira por sus criaturas, pues los ha creado por amor. Aparentemente, Dios envíaba a su hijo a la tierra para que éste limpie los pecados de la humanidad, para que de él los hombres aprendan la lección más importante: no se puede amar a Dios sino amas a los hombres. Sin duda que ésto produjo controversias, tantas que ese revolucionario de Nazaret fue cricificado como si fuera un delincuente. De todos modos vemos que aún hoy, aunque parezca mentira, sigue viva la intención: el único camino, ya sea para ir al reino de los cielos o (para los no creyentes) para vivir eternamente en paz, es el amor. Más allá de todo credo, la ecuación funciona. Es importante tener consciencia de esto que se dice. No se puede amar a lo demás si uno no se ama a sí mismo, menos amar a Dios si despreciamos al que tenemos al lado. Lamentablemente mucha gente aún hoy sigue pensando que si actúa mal, Dios los va a castigar. Parece una frase que los papás les dicen a sus hijos para que se porten bien. Hay que revertir esa postura, hay que empezar a enseñarle a los jóvenes que la misericordia de Dios va más allá de toda burocracia eclesiástica o catequística. El paradigma del temor a Dios ya no sirve, ¿por qué no sirve? porque el hombre contemporáneo ve ridícula la idea de que es necesario sufrir para redimirse, lamentablemente el hombre de hoy no quiere comprometerse con un Dios que tuvo que hacerse hombre y sufrir, como hombre, para darnos el ejemplo. Admitiendo que TODOS, somos llamados al reino de los cielos estamos comenzado a comprender la idea de ese joven revolucionario del amor que pasó por esta tierra hace más de 2000 años. Que su paso no haya sido en vano con su enseñanza,algo tan puro y sencillo.

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