lunes, 26 de enero de 2015

EL AUTENTICO SACERDOTE DE CRISTO.

 Probablemente la forma más efectiva de estimular en la actualidad las vocaciones religiosas (aparte por supuesto de la influencia de la familia y la oración intensa y persistente), sea el ejemplo y la "influencia personal," en palabras del Cardenal Newman, de sacerdotes dedicados, celosos, piadosos, inteligentes y bien formados: sacerdotes para el tercer milenio. Estos sacerdotes tienen que ser los que a través de su oración, dirección, y enfoque pastoral, pongan en acción en las próximas décadas, las enseñanzas del magisterio Hay muchas respuestas, pero obviamente es el trabajo del Espíritu Santo en conjunto con la libre colaboración de los hombres lo que va a producir este cambio radical en el transcurso de décadas o siglos. Los laicos, constituyendo la mayoría de la Iglesia, van a jugar indudablemente un importante papel en esta re-evangelización. Los laicos comparten el sacerdocio de Cristo por su iniciación en la Iglesia a través de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación. Serán estimulados (o tal vez ya lo han sido) por los diferentes movimientos de laicos y por las nuevas instituciones que nacieron en este siglo. Estas organizaciones hacen un fuerte énfasis sobre la santidad personal y sobre la evangelización en medio del mundo. Dijo el Papa San Pío X: "Para que Jesucristo reine en el mundo, nada es tan necesario como la santidad de los clérigos para que con su ejemplo, palabra y conocimiento, ellos puedan ser una guía para los fieles" (Haerent Animo, 1980). Los sacerdotes que participan en el sacerdocio ministerial de Cristo, proveyendo los sacramentos de Cristo, predicando la palabra de Dios y transmitiendo la auténtica enseñanza de la Iglesia a los hijos de Dios, dan la nutrición espiritual que permite a la Iglesia construir el reino de Cristo en la sociedad y en la cultura. Sin el sacerdocio ministerial en el plan providencial de Dios, no hay Iglesia; sino solamente grupos de seguidores de Cristo bien intencionados más o menos equipados pero inefectivos sin los sacramentos para poder entender y vivir las Escrituras. Simplemente, la formación, la felicidad y la efectividad de los sacerdotes diocesanos en su misión es un indicador clave de la salud de la Iglesia y de la sociedad. Como una vez dijo el filósofo y escritor francés de comienzos del siglo diez y nueve, Joseph De Maistre, "el sacerdocio debe ser la principal preocupación de cualquier sociedad que desea renovar su vitalidad." Los abandonos del sacerdocio, escándalos notables, y la disminución constante durante décadas de las vocaciones sacerdotales, apuntan hacia una pérdida que no se alcanza a entender de la confianza sacerdotal, del optimismo y de la felicidad. Disminuye el número de sacerdotes porque algunos se salen, otros se retiran y otros mueren, y esto hace que se incremente el promedio de la edad de aquellos que aún permanecen. Lamentablemente ha habido también una caída vertiginosa en los últimos 30 años en el porcentaje de los que van a la iglesia los domingos y por lo tanto, como se puede imaginar, en la práctica de la confesión. Este ritmo continúa disminuyendo, casi aparejado a la reducción del número de sacerdotes. Sin embargo, no podemos excusarnos por la disminución del número de fieles para decir que se compensa con el número de sacerdotes. Nunca habrá suficientes sacerdotes o santos en el mundo. Ya no hay tampoco una gran cantidad de sacerdotes y religiosos bien identificados o que provengan de matrimonios grandes y estables, que fueron los semilleros de las vocaciones sacerdotales hasta la década de los sesenta. En algunos sectores las vocaciones sacerdotales y religiosas parecen estar desmotivadas con el papel del "ministro laico" que es presentado como respuesta a la deserción de sacerdotes.
Esto lleva a una "clericación de los laicos," verdaderamente un insulto a la bondad del mundo creado y redimido, y a la naturaleza radical del sacramento del Bautismo. La participación del laico en el sacerdocio de Cristo le lleva normalmente no a la participación litúrgica en el altar, sino que a su papel predominante de santificar el orden temporal en el mundo. Cuesta mucho encontrar en los documentos del Concilio Vaticano II vocablo "ministerio" aplicado a los laicos. No está allí. Los Padres del Concilio hablan de "apostolado" (el seguimiento estrecho al deseo de Cristo de llevar a otros hermanos hacia El) que fluye de la incorporación bautismal del laico en el cuerpo de Cristo.

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