Dios siempre es una novedad para el hombre, y en análoga pero más intensa medida, el hombre es siempre una novedad para sí mismo. Dios nos ha hablado de una vez para siempre en Cristo, y esta palabra de Cristo es un hontanar inagotable de vida. Para que vayamos bebiendo en ella y saciemos nuestra sed a lo largo de los siglos en sus corrientes vivas, nos ha dejado el Espíritu Santo, el cual, recordándonos y actualizándonos aquella palabra única de Cristo, nos va llevando a la verdad completa, verdad que por tanto de alguna forma va naciendo en la historia en la medida en que los cristianos, mientras leemos los signos de los tiempos, descubrimos la plenitud del misterio de Cristo. Esperanza y gozo que van unidos con una mirada lúcida y cristiana para distinguir cuándo es el Espíritu de Jesús el que habla a través de los tiempos y hombres nuevos, o cuándo es el espíritu de los hombres el que quiere hacer pasar sus tenebrosidades y egoísmos por palabra y verdad supremas. En el marco de una sociedad configurada durante siglos por la experiencia
cristiana que está dejando o ha dejado de ser su fuente inspiradora, la pregunta por lo
nuevo del cristianismo tiende a derivar inconscientemente hacia realidades segundas
porque lo que parece evidente es que el cristianismo es lo antiguo, la forma de la que
uno se desprende, el lugar del que se parte para alcanzar lo nuevo, y no una realidad que
sorprende en su creación de novedad. Sin embargo, la experiencia cristiana tiene que ver con la irrupción de lo
escatológico en el mundo y, por tanto, con su último destino que como tal es siempre el
futuro de cualquier presente de la historia. Esto quiere decir que el cristianismo acoge
en su interior una realidad paradójica que es la de vivir a la vez de un acontecimiento
antiguo, superado temporalmente por la historia que es la vida de Cristo y la celebración
de la presencia actual de esa porción de tiempo y espacio que es su existencia misma en
un futuro eterno, pleno, consumado… que llama a vivir no solo del pasado sino de la
coincidencia con este futuro que ha de dar forma definitiva a toda la realidad .El Papa Francisco ha indicado que la libertad cristiana está en la "docilidad a la Palabra de Dios". Por ello, el Santo Padre ha subrayado que debemos estar siempre preparados a acoger la "novedad" del Evangelio y las "sorpresas de Dios". el Papa ha exhortado a tener una actitud de "docilidad". La Palabra de Dios - ha insistido - es viva y por eso viene y dice lo que quiere decir: no lo que yo espero que diga o lo que me gustaría que dijera. Asimismo ha observado que es una Palabra libre y también un sorpresa porque "nuestro Dios es un Dios de las sorpresas". Nosotros debemos buscar siempre adaptarnos, adecuarnos a esta novedad de la Palabra de Dios, estar abiertos a la novedad. Saúl, elegido de Dios, ungido por Dios, había olvidado que Dios es sorpresa y novedad. Se había olvidado, se había cerrado en sus pensamientos, en sus esquemas, y así ha razonado humanamente". La Biblia no tiene autoridad científica para decir "cómo" apareció
el universo, pero sí tiene autoridad moral para decimos "por qué y para qué" existe el mundo
y la vida. a) La primera enseñanza que nos transmite el relato de la creación. b) La segunda es que todo lo que existe es un don y un regalo de Dios y debe
desarrollarse siempre al servicio de la vida c) La tercera enseñanza nos dice que todo lo creado es bueno porque procede de Dios. En el
origen del universo y de la vida está el amor de Dios que se derrama sobre todas las
criaturas............ "Si pues han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Fijen su mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes son muertos [al pecado], y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, se manifestará, entonces ustedes también será manifestados con El en gloria." Colosenses 3:1-4,Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no
practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora.
En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que
manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus
fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor,
subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin
cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el
mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su
hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de
novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por «la profundidad de la
riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san
Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan
profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede
entrar más adentro». O bien, como afirmaba san Ireneo: (Cristo), en su
venida, ha traído consigo toda novedad».8 Él siempre puede, con su
novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese
épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca
envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los
cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante
creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar
la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos
creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras
cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda
auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva». Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error
entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de
Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y
el más grande evangelizador». En cualquier forma de evangelización el
primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e
impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. No hay nada nuevo debajo del sol, es entendido malamente por personas que parecen doctas, y son miopes de la novedad. No piensan n¡discurren n¡ven que los rayos del sol constantemente se renuevan, y son, por consiguiente, nuevos cada día y aún cada instante. Cuando amanece por el balcón de la aurora, presenta cada mañana nuevo disfraz de luces, ninguna de las cuales alumbró en el anterior día. Todas son nuevas.
De manera infinitamente más elevada sucede con Dios, hermosura siempre antigua y siempre nueva (S. Agustín), inagotable en novedades perpetuas, que hacen las delicias de los bienaventurados. Y como el Evangelio es la manifestación verbal de Dios, donde Dios se halla verbalmente contenido, participa de la divina novedad, inagotable sí) sí e inagotable a la percepción sensible y discursiva de los hombres. El Evangelio es una novedad perenne, porque Dios está en él y en él se manifiesta, se nos descubre y se nos revela.
Por tanto, nos incita a que nos vistamos del nuevo hombre añadiendo que «s¡alguno (está) en Cristo, ya es una nueva criatura»
Renovación universal, investición del hombre nuevo que es según Dios, vida en Cristo equivalente a criatura nueva. Esta es la novedad novísima que Jesucristo Hijo de Dios trajo al intuido en orden a la regeneración, salvación e innovación del género humano.
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