jueves, 11 de octubre de 2012

LA IGLESIA CATOLICA Y EL CONCILIO VATICANO II.

LA IGLESIA TRAS EL CONCILIO VATICANO II El 11 de Octubre de 1962, fue inaugurado el Concilio Vaticano II, encargado de renovar la Iglesia Católica. El mismo, había sido propiciado por Angelo O. Roncalli quien se había convertido en el Papa Juan XXIII en 1958. Desde el comienzo, el Concilio mostró un alto interés en cambiar algunos aspectos importantes de las ceremonias religiosas. Además de se sentar las bases para una mayor participación de la Iglesia en los problemas del mundo, se propuso reemplazar el latín en la celebración de la misa por los idiomas nacionales. Otro de los cambios importantes en el Concilio, fue la presencia de obispos de todo el mundo, sobre todo, de obispos del llamado “tercer mundo”. La Iglesia Católica, hasta ese momento, tenía una presencia predominantemente europea en su cúpula organizativa y la incorporación de estos últimos, también significó un profundo cambio. En Latinoamérica, el Concilio significó para los creyentes un profundo cambio, ya que permitió el contacto de las ordenes religiosas con las necesidades sociales que requería el pueblo. En mucho casos, los integrantes del las Iglesias de cada país se identificaron con los movimientos de liberación. La teología de la liberación”, una idea que se venía discutiendo desde mucho tiempo, tomo forma luego de la Conferencia de Medellín de 1968, donde se reunió el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Desde un mensaje de Juan XXVIII, en 1962, donde expresaba que: “frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos, particularmente, la Iglesia de los Pobres”, había surgido la idea de una Iglesia que se acerque a las necesidades de los pobres. No toda la Iglesia tuvo esta postura, hubo en la época una notable reacción conservadora, que se plasmó en 1972, con la nueva conducción del CELAM. A su vez, la encíclica “Populorum Progressio” de Paulo VI, criticaba el sistema capitalista y denunciaba la situación de injusticia que se daba en el Tercer Mundo. Los Obispos reunidos, no se detuvieron sólo en esos reclamos, sino que también declararon que la Iglesia Latinoamericana contenía una misión distinta de la de Europa. Por lo tanto, en esta región, la Iglesia debía tener un alto compromiso con la realidad social de su contexto y una praxis transformadora. Esta práctica de la fe cristiana se conoció como la “teología de la liberación” y tuvo durante décadas una importante influencia dentro de la Iglesia Católica. Un teólogo peruano, Gustavo Gutiérrez, publicó en 1971 la doctrina central de movimiento. La “teología de la liberación” establecía que la Iglesia debía ayudar a los pobres y no imponerse sobre ellos. Además, proponía un accionar cristiano acorde a la enseñanzas de Jesús y no conforme a los requerimientos de los poderosos. Así fue que estas ideas inspiraron la fundación de la “Iglesia de los pobres”, que combinaba la enseñanza religiosa con la participación en movimientos sociales y políticos destinados a cambiar la realidad. Como era de esperar, a Roma y a los regímenes conservadores no les gustó la matriz marxista de la “teología de la liberación”. Ya en 1979, los dirigentes del movimiento no fueron invitados a la conferencia de obispos y finalmente el Papa Juan Pablo II, reemplazó a los teólogos de la liberación por clérigos dóciles y sumisos a las autoridades eclesiásticas de turno. PABLO VI: Durante los primeros años después del concilio hubo una cierta euforia que llevó a algunas personas a pensar que la mayor parte de las tradiciones desaparecerían, incluso algunas verdades perennes de la tradición católica. Se creó una confusión con respecto a la doctrina básica y a la disciplina fundamental. Pablo VI respondió a esta mentalidad con una reafirmación de la fe católica en el Credo de Pablo VI. Pablo VI enfrentó la durísima tarea de mantener unida a la Iglesia después del Concilio. La sobrellevó teniendo un criterio amplio; con paciencia, calma, fe, iluminando con inteligencia lo que debía entenderse y dirigiéndose pacíficamente a los opositores, y si creía que era necesario, sufriendo en silencio. No todo fue conflictivo. Inauguró un estilo de liderazgo papal, imitado por Juan Pablo II, de "Papa viajero". Fue a Manila, África y Jerusalén. El abrazo con el patriarca Atenágoras simbolizó el deseo de los católicos por reunirse nuevamente con los ortodoxos. Realizó uno de los mejores papados de la historia. La liturgia católica antes del Concilio Vaticano II La liturgia preconciliar era radicalmente diferente a la actual, especialmente en cómo se entendía y celebraba la Misa. Aunque presente en todo el mundo, la Iglesia Católica, la más grande de las iglesias cristianas, se identifica como romana debido a sus raíces históricas en Roma y a la importancia que otroga al ministerio mundial del obispo de Roma, el Papa. Varias iglesias de rito oriental, cuyas raíces están en iglesias regionales del Mediterráneo oriental, están en plena comunión con la Iglesia Católica romana. El Concilio Vaticano II trajo un cambio radical en la liturgia católica, que apenas había cambiado desde el año 1570. La única lengua usada en la liturgia era el latín Salvo en la predicación, en la cual el sacerdote usaba la lengua propia de cada lugar, todas las oraciones y lecturas se hacían en latín. Ni que decir tiene que esta lengua era incompresible para la mayoría de los fieles, lo cual motivaba que durante la Misa no era extraño que se rezara el rosario, se leyera un libro piadoso o, incluso, hubiera un predicador en el púlpito haciendo su prédica durante la misa, parando sólo en el momento de la consagración para continuar después. El hecho de que las lecturas fueran en latín puede que hiciera que los fieles, por no entenderla, restaran importancia a la Liturgia de la Palabra, con lo que muchos de ellos llegaban en el momento del ofertorio y se marchaban después de recibir la comunión. Antes del Concilio el sacerdote daba la espalda al pueblo Efectivamente, el hecho de centrar la Misa en el hecho de la consagración, no en la celebración del Misterio Pascual, hacía que el altar fuera más ara que mesa de banquete, por lo que la Misa, incluso en el momento de las lecturas, se celebraba cara a la pared. Aún hoy se pueden ver los altares que hay adosados a los retablos de las iglesias. No fue hasta después del Concilio que se separó el altar de la pared y se puso al sacerdote cara a la asamblea. En la misma Iglesia se podía celebrar simultáneamente más de una misa Los sacerdotes tenían la obligación de celebrar una misa diariamente, pero no había costumbre de concelebrar. Por ello, dependiendo de los sacerdotes que hubiera en la zona, en la misma Iglesia se podían celebrar a la vez diversas misas, que la gente iba siguiendo simultáneamente por las diferentes capillas del templo. Además, no había misa por la tarde, sólo se podía decir por la mañana. Esto posibilitaba que, como en el cine, uno pudiera escuchar el final de una misa y el principio de la siguiente y, de esta manera, cumplir con el precepto dominical, siempre y cuando no se separase la consagración de la comunión A esto ayudaba el excesivo culto a los santos, que hacía sombra al misterio de Jesús. Había tantas fiestas de santos que se desfiguraban los tiempos litúrgicos, y cada fiesta se celebraba, con su respectiva misa, en la capilla dedicada a ese santo. Para iniciar la renovación en la Iglesia Católica, el difunto Papa Juan XXIII convocó a un concejo general, el Concilio Vaticano II (1962-65). A esta reunión de obispos de todo el mundo y sus consejeros también asistieron observadores ortodoxos, anglicanos y protestantes. Antes del Concilio el pueblo casi no participaba en la Misa Tal vez lo que muestre esto con más claridad es el hecho de que había una separación física, normalmente una reja o grandes escalinatas, entre el presbiterio y el resto de la iglesia, de manera que sólo el sacerdote y el monaguillo podían estar en ese ámbito. A la hora de comulgar, los fieles se acercaban a un reclinatorio que había en la reja del presbiterio y recibían la comunión de rodillas en la boca, jamás de otra manera. Asimismo, sólo podían comulgar bajo la especie del pan, pues el cáliz era exclusivamente para el sacerdote. Existía un cierto tabú acerca de tocar las especies eucarísticas si uno no era sacerdote; incluso las sacristanas se ponían guantes para tocar los vasos (el cáliz y la patena) vacíos. De hecho, todo lo hacía el sacerdote, ayudado sólo por el monaguillo, que sólo movía el misal y las vinageras y era el único que le respondía durante la Misa, pues el pueblo rara vez, por no decir nunca, respondía. Respecto del canto, se puede decir que el pueblo casi nunca cantaba, pues el canto que solía haber era polifónico, con un coro o escolanía que cantaba en latín desde la parte de atrás de la iglesia o el coro. En todo caso, dichos coros no tenían como misión animar al pueblo a cantar con ellos. La Eucaristía entendida como "fábrica" de Sagradas Formas La razón de ser de la Misa era el momento de la consagración. Todo lo demás era "accesorio", incluso, por el modo de entender el ex opere operato, la intencionalidad y la comprensión de las personas. Podemos afirmar que si alguien iba a Misa era para recibir la comunión, no para participar de la Eucaristía. De hecho, se podía dar la comunión fuera de la Misa: el sacerdote iba antes o después a dar la comunión. La adoración pública de la Iglesia Católica es su liturgia, principalmente la Eucaristía, también llamada misa. Después de las oraciones y las lecturas de la Biblia, el sacerdote principal invita a los fieles a recibir la comunión, entendida como el compartir la presencia sacramental de Cristo. La Eucaristía, la Sagrada Forma, se entendía más como objeto de adoración que de manducación. De hecho, se encendían más velas y luces que en la Misa cuando se hacía la Solemne Exposición del Santísimo. El exceso de ritualismo en la Misa impedía cualquier tipo de espontaneidad Todo, absolutamente todo lo que debía hacer y decir un sacerdote durante la Misa estaba marcado en el Misal, sin que el sacerdote pudiera separarse ni una coma de ello. Incluso se consideraba que cada palabra mal dicha del canon constituía un pecado mortal. Esto hizo que algunos sacerdotes les angustiara decir correctamente las palabras de la consagración, pues un error podría provocar que la consagración no tuviera efecto. Por ello, las misas eran siempre iguales, con los mismos gestos y palabras invariablemente, restando al sacerdote toda posibilidad de improvisar o adaptar la celebración a las circunstancias del momento. Antes del Concilio había diferencias entre clases dentro de la Misa En la iglesia había lugares reservados, con sus respectivos reclinatorios, para los notables y los ricos. Es más, los sacramentos y funerales eran de primera, segunda o tercera clase según el dinero que se pagase. Los de primera tenían más celebrantes, diácono y subdiácono, eran cantados y en ellos se usaban ornamentos más lujosos, siendo el catafalco más barroco. Hemos visto la abismal diferencia entre la liturgia preconciliar y la actual; lo que significó este cambio sólo lo pueden valorar aquellos que vivieron ambas liturgias. La Iglesia Católica se estructura localmente en parroquias vecinales y diócesis regionales administradas por obispos.

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