La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. El largo camino hacia la alegría Jesús de Nazaret, y la Iglesia, y el Nuevo Testamento (NT), esa pequeña “historia” que
apenas abarca 100 años, no aparecen en el vacío, sino en el marco de una historia un
poco (bastante) más larga, la historia de un pueblo rebelde y cabezota ( =”duro de
cerviz”) que, aunque muchas veces nos puede sobrecoger, muchas otras puede
arrancarnos sonrisas e incluso carcajadas. La Biblia no es un libro caído del cielo, ni entregado por los ángeles, ni dictado al oído
de unos hombres santísimos. Nos narra una historia tremendamente humana, en la
que hay dos protagonistas: Dios, y el ser humano. Y en este último personaje hemos de
meter una multitud de hombres y mujeres de carne y hueso, de algunos de los cuales
conservamos sus nombres pero del resto... Nos los imaginamos. El Antiguo
Testamento (AT) nos habla de sus tristezas, de sus sufrimientos, sus esclavitudes, sus
guerras... Pero sobre todo nos habla de sus alegrías, de sus experiencias de salvación,
de liberación, de bendición... El trasfondo del NT es la alegría de la vida, la alegría de la fiesta por todo lo bueno, que
se recoge en el AT. La alegría de la fiesta por la bendición: por la vida, por el amor, por
los hijos, por las cosechas, por los ganados, por el agua, por la salud... Sobre todo
encontramos la alegría que se expresa en la alabanza a Dios por todas sus obras a
favor de su pueblo. Es la alegría de la fiesta por la salvación: del hambre en Canaán, de
la esclavitud en Egipto, de los cananeos, de los filisteos, de los asirios, de los babilonios..
Todas estas
experiencias, unas y otras, son las que encontramos en los Salmos, que reflejan la vida del ser humano en diálogo con el Dios que castiga y corrige, pero sobre todo salva y
bendice. Es el claroscuro de la alegría y de todo lo demás, que tantas veces apaga la
alegría de la vida. De salvación en salvación, de bendición en bendición, pero en medio de la realidad de
la vida como pueblo y como individuos, parece como si el Dios de Israel, ese Dios tan
extraño, cada vez exigiera más. El Dios de la Biblia no quiere ser sólo el
“Dios de Israel” (o el Dios de los cristianos”). Afirma ser el único Dios, el Dios vivo, y
tiene la pretensión de ser el Dios de todos los pueblos y de todos los hombres y
mujeres...
El telón de fondo del NT es esta historia de un Dios que busca a los seres humanos
porque quiere ser su Dios...“Los que el Señor ha redimido entrarán en Sión con cantos de alegría, y siempre vivirán
alegres. Hallarán felicidad y dicha, y desaparecerán el llanto y el dolor” (Is 35,10);
“¡Cantad de alegría, habitantes de Jerusalén, porque yo vengo a vivir entre vosotros!”
(Zac 2,14).
Con esta esperanza llegamos por fin al NT. Si recordáis, el NT se hace eco de la realidad
del AT que hemos descrito brevemente, pero la enfoca centrada totalmente en el
acontecimiento Cristo. Para los autores del NT, que eran lectores del AT, todo lo
escrito en éste se convierte en “profecía”, es decir, en Palabra de Dios que dirige la
historia (la antigua) hacia un punto: y ese punto es Jesús el Mesías. A partir de Jesús se
ve toda la realidad, la del momento, la pasada y la futura, desde un prisma nuevo: Dios
ha comenzado a realizar definitivamente sus promesas a favor de su pueblo Israel y de
todo el género humano. Las está realizando “aquí y ahora”. Los primeros cristianos,leen “las Escrituras” y las ven “cumplidas” en Cristo, como lo muestran las citas del AT
sobre la alegría que encontramos en el NT. “Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día, y lo vio y se llenó de
gozo” (Jn 8,56); La fe proporciona un impulso a la alegría interior, que a su vez brinda fuerza y renovación. Es una alegría profunda y cálida en el corazón que es capaz de acompañarnos y sostenernos a través de todas las dificultades de la vida.
“Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo” (Hch 2,26);
“Me mostraste el camino de la vida, y me llenarás de alegría con tu presencia” (Hch, 2:28);
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