La misión «pide a todos los cristianos que proclamen el Evangelio con la palabra, pero sobre todo con la coherencia de su vida»[1]. «Sólo así seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a todos» Un cristiano coherente es aquél que sostiene con sus obras lo que cree y afirma de palabra. No hay diferencia entre lo uno y lo otro. Se descubre en él o en ella una estrecha unidad entre la fe que profesa con sus labios, la fe acogida en su mente y corazón, y su conducta en la vida cotidiana: su fe pasa a la acción, se muestra y evidencia por sus actos, Llamados a ser santos, experimentamos múltiples dificultades para realizar esta vocación. Estas dificultades para vivir la coherencia las encontramos dentro de nosotros mismos, en nuestra fragilidad o en nuestra débil voluntad ante nuestra inclinación al mal, ante los malos hábitos o vicios de los que, a veces, es difícil despojarse. Un cristiano incoherente con su fe y condición de bautizado, en cambio, es aquél cuyas obras contradicen abiertamente lo que sostiene con sus palabras, lo que dice creer y lo que en su corazón anhela en lo más profundo de su ser. Es, por ejemplo, aquél que dice: "soy creyente, pero no practicante", es decir, lo que llamamos un "agnóstico funcional", un bautizado que -aunque a veces va a Misa y reza algo de vez en cuando- actúa del mismo modo como lo hace un hombre que no cree en Dios, que no conoce la fe. También encontramos esa dificultad por la oposición a la vida cristiana de no pocos rasgos de la cultura en que vivimos. O porque esa cultura, desde una pretendida "madurez", lo relativice todo y considere a la fe y sus consecuencias como un asunto limitado a las opciones y preferencias personales. Este influjo ambiental negativo se nos presenta como un reto. Al tomar conciencia de las dificultades que tenemos que afrontar para vivir la fe con coherencia, no buscamos abrumarnos o desalentamos. Se trata de vivir en un sano realismo: la incoherencia, mayor o menor, la experimentamos todos y nos acompañará mientras estemos como peregrinos en este mundo. ¡Cuánto apela, cuestiona, mueve los corazones, por la firmeza, paz y seguridad que transmite, el testimonio de una persona que es coherente con el Evangelio ¡Cuántos al verlo, al verla, feliz, radiante, dicen: "yo quiero eso para mí", "yo quiero ser así"! »Si sabes hablar sin herir, sin ofender, aunque debas corregir o reprender, los
corazones no se te cerrarán. La semilla caerá, sin duda, en tierra fértil y la cosecha
será abundante. De otro modo tus palabras encontrarán, en vez de un corazón
abierto, un muro macizo; tu simiente no caerá en tierra fértil, sino al margen del
camino (...) de la indiferencia o de la falta de confianza; o en la piedra (...) de un
ánimo mal dispuesto, o entre las espinas (...) de un corazón herido, resentido, lleno
de rencor.
No perdamos nunca de vista que el Señor ha prometido su eficacia a los rostros
amables, a los modales afables y cordiales, a la palabra clara y persuasiva que
dirige y forma sin herir (...). No debemos olvidar nunca que somos hombres que
tratamos con otros hombres, aun cuando queramos hacer bien a las almas. No
somos ángeles. Y, por tanto, nuestro aspecto, nuestra sonrisa, nuestros modales,
son elementos que condicionan la eficacia de nuestro apostolado
Incoherentes somos también nosotros, quienes nos hemos encontrado con el Señor Jesús y nos esforzamos por llevar una vida cristiana seria, cuando negamos con nuestras obras las enseñanzas del Evangelio, cuando no hacemos lo que a otros predicamos o exigimos. ¡Ciertamente todos, más o menos, tenemos algo de incoherentes...! El Concilio Vaticano II ha enseñado que, con frecuencia, «la incoherencia de los creyentes constituye un obstáculo en el camino de cuantos buscan al Señor». La incoherencia afecta, según el grado, nuestro propio testimonio, y puede tomar estéril la Palabra que estamos llamados a proclamar y transmitir. Tomar conciencia de la necesidad de ser coherentes con la fe que predicamos para que el apostolado sea fecundo y eficaz es una fuerte motivación en el camino cotidiano de nuestra propia santificación. ¡Cuanto más eficaz es el anuncio del Evangelio cuando las palabras se ven respaldadas por el testimonio luminoso de una vida cristiana coherente!
No hay comentarios:
Publicar un comentario