Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen
Los movimientos y asociaciones eclesiales testimonian ante el mundo la riqueza de los dones que el Espíritu derrama para el enriquecimiento del Pueblo de Dios. «Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar»
La palabra carisma -que viene del griego charis y se traduce por gracia- expresa la realidad de un don gratuito que nos es dado por obra del Espíritu Santo en orden a la edificación de la Iglesia. «Sean extraordinarios, sean simples y sencillos
Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen. Como dice San Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4). No existe un número determinado de ellos; surgen siempre en función de las necesidades del Pueblo de Dios.
En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los carismas para el Pueblo de Dios. En sus documentos se señala con toda claridad que el Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los sacramentos y los ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición» Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de distribución de dones que se da dentro de una armonía en medio de la pluralidad y complementariedad de funciones y estados de vida Todo carisma, explica San Pablo, debe vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas ( 1 Tes 5,12.19-21; 1 Cor 3,8).
La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión del único Cuerpo de Cristo. Y esta pluralidad es posible y legítima solamente a partir de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad, de modo que todas las particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues, la variedad de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece. El Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad, sino que es también fundamento de unidad y comunión.
La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da una rica variedad que contribuye al fortalecimiento de la comunión en la unidad de la fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la comunión. «La comunión en la Iglesia no es pues uniformidad,sino don del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión». Los carismas se fundamentan en la caridad y tienen a ésta como regla suprema ( 1 Cor 13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma agustiniano: «En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad»
Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos por otros. De ahí que se pueda hablar del carisma de una determinada asociación Todas las comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de la historia han tenido su comienzo en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en ellos. «El carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (. S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido reconocidos por la autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.
Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles; tienen siempre una resonancia comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la historia de la Iglesia se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la presencia del Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia.
En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de comunión y unidad en la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha recibido.
Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se indica en la Lumen gentium, «el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno ( 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117). A los Obispos les compete el ministerio de discernir los carismas, así como confirmarlos según la fe de la Iglesia. Este discernimiento siempre es un paso necesario, tanto para comprobar que sean dones del Espíritu Santo, como para velar por que sean ejercidos en fidelidad a la fe de la Iglesia, pues precisamente la vida asociada está ordenada a la misión de la Iglesia
No siempre, sin embargo, es fácil realizar este discernimiento. Es necesario tener en cuenta que el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere ( Jn 3,8 y 1 Cor 12,7), y que lo hace además en relación a circunstancias históricas concretas. La acción del Espíritu no puede ser encuadrada en un determinado patrón, ni reducida a un determinado estilo. De allí precisamente la legítima pluralidad de espiritualidades y estilos que existen en la unidad de la Iglesia.
La novedad del carisma trae también en ocasiones dificultades para su comprensión y discernimiento. «Todo carisma auténtico lleva consigo una carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda e incluso crear situaciones difíciles, dado que no siempre es fácil e inmediato el reconocimiento de su proveniencia del Espíritu»
«Los Pastores en la Iglesia no pueden renunciar al servicio de su autoridad, incluso ante posibles y comprensibles dificultades de algunas formas asociativas y ante el afianzamiento de otras nuevas, no sólo por el bien de la Iglesia, sino además por el bien de las mismas asociaciones laicales»
Junto con el proceso de discernimiento de los carismas también les corresponde a los Obispos el servicio de fomentar y promover el apostolado asociado en sus diversas expresiones, pues la Iglesia aprecia «todas las formas de apostolado»
La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente expresa su respeto por la dignidad de las personas convocadas por el Paráclito para recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la comunidad eclesial.
Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial sometiéndose con docilidad al discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de la Iglesia y con su Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos y asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a la comunión en la Iglesia bajo los legítimos Pastores y el Magisterio universal
Los Obispos cumplen un servicio sumamente importante discerniendo el carisma y animando a las asociaciones en su desarrollo e inserción en la Iglesia particular. El gobierno pastoral del Obispo en la porción del Pueblo de Dios a él encomendada cuida que sea respetada la justa autonomía de vida y de gobierno de las asociaciones y movimientos. Asimismo procura que sean apreciadas y reconocidas las características propias y los diferentes modos de obrar, buscando crear en todos la conciencia de que de esa rica pluralidad de dones se han venido produciendo abundantes frutos para el Reino de Cristo.
La palabra carisma -que viene del griego charis y se traduce por gracia- expresa la realidad de un don gratuito que nos es dado por obra del Espíritu Santo en orden a la edificación de la Iglesia. «Sean extraordinarios, sean simples y sencillos
Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen. Como dice San Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4). No existe un número determinado de ellos; surgen siempre en función de las necesidades del Pueblo de Dios.
En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los carismas para el Pueblo de Dios. En sus documentos se señala con toda claridad que el Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los sacramentos y los ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición» Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de distribución de dones que se da dentro de una armonía en medio de la pluralidad y complementariedad de funciones y estados de vida Todo carisma, explica San Pablo, debe vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas ( 1 Tes 5,12.19-21; 1 Cor 3,8).
La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión del único Cuerpo de Cristo. Y esta pluralidad es posible y legítima solamente a partir de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad, de modo que todas las particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues, la variedad de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece. El Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad, sino que es también fundamento de unidad y comunión.
La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da una rica variedad que contribuye al fortalecimiento de la comunión en la unidad de la fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la comunión. «La comunión en la Iglesia no es pues uniformidad,sino don del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión». Los carismas se fundamentan en la caridad y tienen a ésta como regla suprema ( 1 Cor 13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma agustiniano: «En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad»
Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos por otros. De ahí que se pueda hablar del carisma de una determinada asociación Todas las comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de la historia han tenido su comienzo en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en ellos. «El carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (. S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido reconocidos por la autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.
Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles; tienen siempre una resonancia comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la historia de la Iglesia se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la presencia del Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia.
En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de comunión y unidad en la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha recibido.
Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se indica en la Lumen gentium, «el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno ( 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117). A los Obispos les compete el ministerio de discernir los carismas, así como confirmarlos según la fe de la Iglesia. Este discernimiento siempre es un paso necesario, tanto para comprobar que sean dones del Espíritu Santo, como para velar por que sean ejercidos en fidelidad a la fe de la Iglesia, pues precisamente la vida asociada está ordenada a la misión de la Iglesia
No siempre, sin embargo, es fácil realizar este discernimiento. Es necesario tener en cuenta que el Espíritu Santo sopla donde quiere y como quiere ( Jn 3,8 y 1 Cor 12,7), y que lo hace además en relación a circunstancias históricas concretas. La acción del Espíritu no puede ser encuadrada en un determinado patrón, ni reducida a un determinado estilo. De allí precisamente la legítima pluralidad de espiritualidades y estilos que existen en la unidad de la Iglesia.
La novedad del carisma trae también en ocasiones dificultades para su comprensión y discernimiento. «Todo carisma auténtico lleva consigo una carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda e incluso crear situaciones difíciles, dado que no siempre es fácil e inmediato el reconocimiento de su proveniencia del Espíritu»
«Los Pastores en la Iglesia no pueden renunciar al servicio de su autoridad, incluso ante posibles y comprensibles dificultades de algunas formas asociativas y ante el afianzamiento de otras nuevas, no sólo por el bien de la Iglesia, sino además por el bien de las mismas asociaciones laicales»
Junto con el proceso de discernimiento de los carismas también les corresponde a los Obispos el servicio de fomentar y promover el apostolado asociado en sus diversas expresiones, pues la Iglesia aprecia «todas las formas de apostolado»
La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente expresa su respeto por la dignidad de las personas convocadas por el Paráclito para recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la comunidad eclesial.
Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial sometiéndose con docilidad al discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de la Iglesia y con su Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos y asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a la comunión en la Iglesia bajo los legítimos Pastores y el Magisterio universal
Los Obispos cumplen un servicio sumamente importante discerniendo el carisma y animando a las asociaciones en su desarrollo e inserción en la Iglesia particular. El gobierno pastoral del Obispo en la porción del Pueblo de Dios a él encomendada cuida que sea respetada la justa autonomía de vida y de gobierno de las asociaciones y movimientos. Asimismo procura que sean apreciadas y reconocidas las características propias y los diferentes modos de obrar, buscando crear en todos la conciencia de que de esa rica pluralidad de dones se han venido produciendo abundantes frutos para el Reino de Cristo.
«El Espíritu Santo no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión, sino que también la enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas» Se trata de dones complementarios -los dones carismáticos y los dones jerárquico-ministeriales- suscitados por un mismo Espíritu, con un mismo fin: la edificación de la Iglesia. El carisma auténtico no sólo expresa y fomenta la comunión y la unidad de la Iglesia, en la rica pluralidad de sus expresiones de vida, sino que en el fondo el don -carisma- por excelencia es la Iglesia misma, signo e instrumento de comunión y reconciliación en Cristo.
Cobran hoy en día un especial sentido histórico las palabras de nuestro Señor: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
Los Pastores de la Iglesia son los "ecónomos de la gracia" que salva, purifica y santifica; guardan el "depósito" de la Palabra de Dios y gobernando al Pueblo de Dios, tienen también la responsabilidad de dar el juicio definitivo sobre la autenticidad de los carismas
Los movimientos y asociaciones congregan a los fieles por impulso del Espíritu Santo, no por una mera motivación humana. Leer esta rica realidad asociativa sin los ojos de la fe es exponerse a desnaturalizar su verdadero sentido, cuyo origen está en Dios mismo.
A los Obispos, como servidores de la comunión y unidad de la Iglesia, les toca velar para que la comunión no se resquebraje. «Ser responsables del don de la comunión significa, antes que nada, estar decididos a vencer toda tentación de división y de contraposición que insidie la vida y el empeño apostólico de los cristianos» Todo aquello que de alguna manera rompa esta comunión, ya sea en palabras -escritas o dichas- o en hechos -acción u omisión- debe ser objeto de especial preocupación pastoral por parte del Obispo.
Cobran hoy en día un especial sentido histórico las palabras de nuestro Señor: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
Los Pastores de la Iglesia son los "ecónomos de la gracia" que salva, purifica y santifica; guardan el "depósito" de la Palabra de Dios y gobernando al Pueblo de Dios, tienen también la responsabilidad de dar el juicio definitivo sobre la autenticidad de los carismas
Los movimientos y asociaciones congregan a los fieles por impulso del Espíritu Santo, no por una mera motivación humana. Leer esta rica realidad asociativa sin los ojos de la fe es exponerse a desnaturalizar su verdadero sentido, cuyo origen está en Dios mismo.
A los Obispos, como servidores de la comunión y unidad de la Iglesia, les toca velar para que la comunión no se resquebraje. «Ser responsables del don de la comunión significa, antes que nada, estar decididos a vencer toda tentación de división y de contraposición que insidie la vida y el empeño apostólico de los cristianos» Todo aquello que de alguna manera rompa esta comunión, ya sea en palabras -escritas o dichas- o en hechos -acción u omisión- debe ser objeto de especial preocupación pastoral por parte del Obispo.
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