! Todo talento lleva consigo un compromiso...y un don despreciado frena la creacion de Dios.!
domingo, 17 de noviembre de 2013
El gran Banquete.
Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: he comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: ve por los caminos y por los vallados,y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.
(Lucas 14:16-24) Jesús, desde un banquete real en el que ocupaba un lugar de importancia, comparte una parábola sobre un banquete imaginario en el que entrarán invitados sin mérito alguno y en la que todos los presentes (los convidados, los siervos del anfitrión y el anfitrión) se sentirán representados. En la parábola, la invitación a entrar en el reino de Dios —y por extensión la integración en alguna iglesia local— se representa con el banquete, el anfitrión del mismo es Cristo y los siervos que llevaban el mensaje somos los creyentes en el complimiento de la gran comisión. Ofrecer banquetes era la principal vía de socialización del primer siglo.La pomposidad de un banquete dependía principalmente del número de invitados, de la dignidad de los mismos (príncipes, maestros, autoridades políticas y religiosas, gente adinerada) y de su duración, extendiéndose algunos hasta por siete días(B) en una demostración de la fortuna y «generosidad» de su anfitrión. El proceso del mismo comenzaba con la selección de invitados que estaba regularmente limitada a aquellos que nos habían invitado antes (correspondencia) y a aquellos que con quienes deseamos comenzar a relacionarnos (aspiración). Siendo así, quien no podía organizar un banquete en su casa o no disponía de los méritos como para que alguien aspirara a sentarse junto a él en una mesa nunca sería tomando en cuenta. Luego se enviaba un siervo a llevar las invitaciones, los invitados confirmaban días antes y el mismo día del banquete se les enviaba un recordatorio de último momento a quienes previamente confirmaron: «venid, que ya todo está preparado». Tres invitaciones, cada una a ir más lejos y hacer un esfuerzo más intencional. La tensión avanza en cada momento hasta alcanzar su desenlace cuando se llena cada espacio del banquete y el anfitrión afirma que ninguno de los primeros invitados gustará de su cena. El conflicto es un banquete listo sin invitados para participar de él y cada invitación un nuevo nudo que apunta al desenlace final. La primera limitante para la expansión del evangelio que tiene que superar una iglesia local es intentar alcanzar sin éxito el mismo grupo de personas de siempre (amigos, familiares y relacionados). Lo más natural es que intentemos traer a Cristo a aquellos que nos quedan cerca: sociocultural y socio económicamente, gente con la que ya conectamos sin un esfuerzo adicional y aunque no la respondan recibirán la invitación. Lo primero que nos debe de llamar la atención es que no rechazaran la invitación más temprano, sino que esperaran hasta el último momento. Quizás estuvieron postergando la decisión de asistir, quizás querían decir que no sin desagradar al anfitrión y esperaban encontrar en el transcurso alguna excusa razonable, quizás consideraron que la invitación no era importante y en vez de ponerlo como un asunto prioritario en sus agendas lo dejaron al olvido o quizás por ser el banquete amplio pensaron que el anfitrión no notaría su ausencia; todas las anteriores son posibilidades, pero lo que es totalmente seguro es que las tres excusas fueron tomadas por el anfitrión como un rechazo. El Señor está muy atento a cada invitación que generosamente extiende, no se entra al reino por casualidad, sino por un llamado expreso el anfitrión, ya sea que lo haga directamente o por vía de alguno de sus siervos. Que sea muy generoso e invite a entrar a mucha gente no significa que su invitación pueda ser tomada como algo impersonal, fortuito o de poco valor. Detrás de cada invitación está la intención personal del anfitrión y cada rechazo será tomado como un fuerte agravio contra él. Casi para todas las invitaciones que son extendidas hoy para participar en el banquete de Cristo y los hombres rechazan se recibe una de esas tres excusas: gente que está tan atada en administrar sus posesiones (limpiar la casa, cerrar un negocio, lavar el carro, hacer alguna mejora, pasear al perro) que no tiene espacio para atender la invitación de Dios, gente cuyos afanes laborales no le dejan espacio para atender la invitación de Dios y gente que se excusa en sus compromisos familiares para no atender la invitación de Dios. Históricamente el hombre ha visto el esparcimiento —quizás en una villa fuera del ajetreo de la ciudad o el fin de semana en un hotel— como un espacio de tiempo no negociable, pues según dice, trabaja mucho y necesita disfrutar en algún momento de su labor, el exceso de trabajo como la excusa perfecta para decir que, no pues «si no trabaja no come», y las relaciones (padres, hijos, parejas) como el pretexto más recurrido, pues los padres, los hijos y la pareja —según la cultura, no según Dios, tienen el primer lugar en prioridad. La gente busca un punto medio en su relación con Dios, pretenden ausentarse del banquete de hoy (la iglesia) y seguir contando con la invitación al banquete próximo (el reino de los cielos) pero con un anfitrión celoso, como es él, no se puede aspirar al punto medio: El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. Es común encontrar en la multitud de gente que visita una iglesia, personas que han escuchado tantas veces el llamado sin responderlo arrepentimiento, conversión, ni bautismo, que ya han perdido toda la expectativa. Para el anfitrión y los invitados que escuchaban a Jesús disertar en aquel banquete real sobre este banquete imaginario (perfumados, bien vestidos, distinguidos, bien acompañados) la humillación de tener que organizar una fiesta en su casa con desconocidos andrajosos encontrados en la calle sería superior al desaire privado. Sus vecinos verían entrar en sus casas a un ejército de pobres, mancos, cojos y ciegos y concluirían en que ese era su nivel, que con esa gente era que habían podido codearse, que el nivel socio económico y sociocultural de sus convidado demuestra el nivel de su anfitrión o quizás un poco menos, pues uno de los objetivos era igualarse a ellos Hasta a los mismos siervos del anfitrión se les debe haber helado la sangre al tener el siguiente pensamiento: una larga fila de pedigüeños cuyos cuerpos no habían visto agua en semanas esperando a que sus pies sean lavados por ellos mismos antes de poder pasar a la mesa a devorar cada plato. ¡Qué idea tan terrible! No es lo mismo lavar los delicados pies del rabino, que como mucho tendrá un poco del polvo que permitió entrar su sandalia, que la pestilencia que tendrá en un solo pie el cojo que está pidiendo en la esquina. Si en esta parábola el sirviente del anfitrión está representando a los creyentes en la gran comisión entonces inferimos que nuestra tarea no será solamente llevar invitaciones y lograr que los pobres vengan, sino también lavar sus pies cuando estén a la puerta. Quizás esto explica la razón por la que a diferencia de la parábola en la iglesia falla la primera invitación (nuestros amigos cercanos) y también falla la segunda (pobres, mancos, cojos y ciegos); la primera falla por las excusas superficiales de los invitados y la segunda falla por los escrúpulos de los siervos, que no invitaron al pobre para no tener que ensuciarse las manos. Qué lindo seria tener en nuestra iglesia familias completas de las que vienen en las fotos de muestra de un portarretrato, que lindo es tener jóvenes robustos y ejemplares con los que la sociedad sueña, que hermosa es la gente que afuera es aplaudida y en la iglesia saludada. A esa gente es fácil limpiarles los pies, cuando tocan la puerta hasta el menos dispuesto de entre los siervos se los limpia: le quita el lebrillo y el trapo de la mano al otro sirviente y se agacha él. Difícil es agacharse cuando tocó el pobre, difícil es agacharse cuando tocó el manco, difícil es agacharse cuando tocó el cojo y difícil es agacharse cuando tocó el ciego. Qué fácil es agacharse ante aquellos que nos quedan cerca o un poco más arriba y qué difícil es hacerlo cuando nos quedan más abajo. Qué fácil es ser iglesia en el jardín vallado de nuestras relaciones de siempre y qué difícil es ser la iglesia en medio del mundo(L): entre pecadores declarados y farsantes. La mayor dificultad para serlo es el temor a qué dirán los vecinos: ¿qué dirán las otras congregaciones cuando sepan quienes son nuestros invitados? ¿Cómo presumiremos si lo que tenemos en la mesa es «lo vil del mundo y lo menospreciado(M)»? Y es aquí que más me impacta esta parábola: precisamente eso estaba haciendo Jesús en este mismo momento, es una preciosa paradoja, pero al estar sentado a la mesa de un fariseo (que en su vanidad se consideraba el más digno) Cristo estaba comiendo con el cojo y al sentarse con el publicano que consideraba al fariseo un farsante estaba comiendo con el manco: cortó la maya del jardín y en un hecho extremadamente subversivo se expuso al qué dirán. Los publicanos y pecadores dirían que era un farsante al sentarse con aquellos a los que llamó sepulcros blanqueados (hermosos por fuera, podridos por dentro) o era como ellos o aspiraba a serlo y los fariseos se escandalizarían al verlo en la mesa de publicamos y pecadores —o era como ellos o aspiraba a serlo, a ambos grupos, le aplica la misma respuesta: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores. En esta doble tensión vive toda iglesia que supera la frontera: por un lado los conservadores la acusaran de liberal y por el otro los liberales la acusarán de conservadora; y normalmente, esto es una buena señal. En la fiesta de Cristo el anfitrión es quien dignifica al invitado y no al contrario. La razón por la que nuestro Señor ha organizado este amplio banquete no es devolverle el favor a nadie ni escalar socialmente, Él no necesita compañía, es el único ser en el universo auto-suficiente y está auto-acompañado en su existencia plural. Algunos siervos imprudentes al invitar al banquete desmeritan a su Señor dando una imagen de desesperación y no de misericordia. Su actitud es totalmente incorrecta, la razón para invitar que tiene el anfitrión no es la carencia, sino la gracia. Quien entra a su casa no vino a ayudar, haciendo pantalla para cubrir los espacio vacíos, vino a ser ayudado, a recibir por gracia la dignidad del anfitrión. Cuando ruega por medio de sus siervos para que más gente entre solamente demuestra su generosidad. ¿Cuántas veces estamos dispuestos a salir con la encomienda del Señor? ¿Saldremos la segunda y la tercera vez con la misma disposición y expectativa que salimos al principio? Lograr hacer una presentación relevante, convincente y clara del evangelio debe ser la aspiración de todo cristiano. Para lograrlo, tenemos que ser diligentes en el estudio de nuestros fundamentos, los cuales son firmes y se sostienen racionalmente. Ciertamente la palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero lo es no porque sea irracional o absurda, sino por la ignorancia y ceguera en la que ellos están. Como Pablo ante Agripa tenemos que aprovechar cada oportunidad que se nos presente para argumentar a favor de Cristo y cuando podamos hacerlo tenernos por dichoso aunque nuestro interlocutor tenga en poco nuestro discurso. Qué significa creer y ser cristiano debe ser algo que podamos responder.
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